Apenas abril es un libro que se terminó de imprimir en mayo. El primero de forma individual que publica el poeta Francisco Vázquez Salazar. Un libro hecho de luz. La fotografía de portada, de Lorena González, le da un aire de maravilla que atrapa desde el primer vistazo. Pensado en tres etapas (Origen-Tránsito-Des-atino) este poemario fue escrito por un ser permanentemente acompañado, aún en la más extraña y primigenia soledad: “Nunca habría de ser pan, sería trigo esencial hasta la fiebre de mi primera madre…”
Todos y cada uno de los textos que integran esta publicación, tienen esa magia que hace de los libros interesantes una suerte de álbum de luces intensas y finos claroscuros (como las fotografías de don Gabriel Figueroa). Me refiero a esa penumbra en la que el autor se muestra a intervalos a través de su poesía, armada con fotografías instantáneas, a veces placenteras, otras venidas desde la más tierna y magullada piel: “La tierra no vive más que sus tumbas”. También me refiero a esa luz y a esa habilidad adquirida a fuerza de mirar a las cosas desde la sabiduría: “Si alargaras un poco el brazo, podrías tocar estas flores azules”.
El poeta se reconstruye en impulsos eléctricos que la propia memoria, la de un hombre de 40 años, le permiten: “El viento fue mi amigo, me esparció en la tierra fértil y comencé a vivir de nuevo”. “Parar sería lamentable”. Hay un ineludible goce, un efectivo placer de beber un vaso con agua después de la ardua faena.
Apenas abril desborda vida: dolor, llanto, tristeza, amargura, insatisfacción, sensualidad, muerte, placer, amor, locura, ternura, respeto, esperanza… es un libro, pensaría, pretendido para hacer el recuento de una existencia y de sus placeres colaterales. Es un poemario que tiene la virtud de nacer en un tiempo en que el poeta tiene algo que compartir. Nace desde la óptica del hombre que ha obtenido certezas y se muestra agradecido por lo que le es propio: “Recostado en una cama de mediodía… compruebo que respirar es un prodigio…”.
El poeta, a pesar del tiempo ya maduro, ya pasado, sigue atento a lo que acecha detrás de la puerta de su existencia, de su camino recorrido. Sigue atento a la llaga, al espanto que quiere exorcizar: “Algo me da miedo. Presiento el silencio que no es la calma”. “Tibia sangre que traza el sendero bifurcado”. “Regresas, despierto… y sólo (solo) para ver que te marchas”.
El autor expone una parte del álbum de su existencia, nos muestra esos espacios habitados por su materia y la de otros, pone a nuestro alcance su piel de humanidad en su más fina esencia, esa que cautiva a los voyeuristas como yo y que nos hace partícipes de nuestra propia luz frente al espejo: “Amo a la rutina del amor…”.
A Francisco Vázquez Salazar le ha nacido otro hijo en forma de libro, los amigos poetas le han regalado el sábado nueve de junio de 2012 una fiesta de reencuentros y alegrías. Paco nos hizo beber del remanso de su poesía, de la palabra como detonante insustituible de la evolución humana. Y tuvo el descaro de renegar —todo estaba permitido ese día para el poeta—: “Adentro, se detiene todo en las pupilas del otro, no hay viaje en este mar de palabras”.
El poeta, sabedor de la maravilla femenina, nos sorprende con dardos en el vientre: “Apenas el insomnio tiene dos fines: tus ojos y las ganas”. “La palabra que siguió te llamó deseo”. “Por la ventana entraba un aire que se hacía carne”. “La noche te busca para acostarse”.
Felicidades por este libro “Apenas abril” que, apenas en junio, abre la posibilidad de seguir escuchando esta poesía intimista, plástica, emotiva. Y cito un verso del autor en el que puede resumirse mi sentir como lector: “Digo, ya amaneció. Empieza la vida con el café, esta pintura de costumbre será recordada por el color de la luz”. Seguramente, muchos de los textos que integran este libro tendrán la fortuna de ser recordados por el público lector, por los colores de su luz.
Enhorabuena, Poeta. “Bienvenido a territorio liberado por la poesía”.
Este mundo es más grande y más profundo desde sus nervaduras, los símbolos escuchan son maquinales las últimas caricias. Un disparo en el eco de la piel nos duele —Página oculta es tu más fina cicatriz— ¿Cuánto valen estas horas aciagas? Estoy dispuesto a almendrarme el alma a través de este paso cada vez más terco sendero bifurcado lengua-harapo canto lánguido de mujer que da la vida. Vidas erráticas de barco nos separan. Me aferro a este polar retoño a esta sala enmudecida. Desde aquí viajo por las hertzianas voces que el vecino comparte. Aceitaré estos huesos iré a la guerra con la diestra para que no me encuentre pálido la muerte para que siga de largo por el túnel y me retarde el circo de partir.
Tuyas tus tetas tuyas tus nalgas tu espíritu rebelde naturalmente dado
Hada y lanceta flecha y sangre que antes de herir adormece
Mil veces mujer cientos de veces origen una sola mujer perpetua nace desde los ojos de todas de las voces que desean y permanecen como tú, a la espera de la lluvia reparadora y fresca agua de vida en esta ciudad hecha con trozos de tu espíritu
Que siempre griten con fuerza los ángeles bajo tu falda sobre tu airoso cabello que tiene el olor de la vida en cada paso y en cada consigna.
Qué pena la de Socorro: tener un hijo bizco y envejecer al lado del hombre que la golpeó una tarde de viernes en la glorieta del cine.
Pena porque sus generosas nalgas se marchitan con apenas sesenta años de existencia.
Su marido lava el auto los domingos Fastidiosamente. Tal vez recuerda el generoso culo de su mujer en una habitación del hotel de la glorieta en manos de un joven tablajero del barrio.
Qué pena la de ambos: vivir juntos por siempre y tener un hijo bizco.
Suenan un par de disparos desde un auto en marcha, dos golpes secos, tan comunes como rocas cayendo de un edificio en demolición; poco a poco se nos acaba el espanto, todos seguimos nuestra rutina enfadados, molestos por los que insisten en que debemos sentir miedo.
Ya es tan común soñar con la esposa mutilada, con el hijo levantado, con buenos y malos en esta procesión rumbo a la fosa.
Todas las noches enciendo un cigarro y exhalo hacia las nubes su espíritu, mi espíritu de poeta cuajado y malhumorado: ¿Vale la pena seguir batallando?
Los optimistas dicen que bien vale la pena una casa y un auto, que vale la pena la educación de la que los hijos reniegan. Yo me pregunto: ¿vale la pena que valga la pena?
Presiento que le hacemos el juego a los que siempre soñaron burlar a la autoridad y hacer las cosas fáciles a costa de las propias faldas de su madre. ¿Ya no hay decencia?
El propio Scarface tuvo un poco de dignidad y supo cuándo retirarse, enfrentó cada una de las balas que se ganó a pulso.
Nuestros rostros impávidos parecen ser el signo actual. Nuestro espíritu tomó un arma y se suicidó en nuestras narices.