viernes, diciembre 08, 2006

Emiliano Pérez Cruz acerca del Iti


Iti go jom

Uno viene al mundo e ignora todo de él. Abre los ojos y se sorprende, aunque más puede sorprenderse cuando alguna progenitora perspicaz dice que los hombres son peores que los perros pues éstos abren los ojos al tercer día y los hombres nunca. Uno viene al mundo y se encuentra seres que como los perros abrieron los ojos al tercer día y nunca los volvieron a cerrar, siempre asombrados por diario acontecer, por la cotidianidad que a todos nos atropella y a la mayoría nos hace perder la capacidad de sorpresa.
A esa especie de seres quizá perteneció aquel que en vida jamás respondió al nombre de Francisco Valle Carreño y sí al mote universalmente conocido de El Iti, apodo seguro ganado a pulso por su figura que en mucho recordaba al extraterrestre de Steven Spielberg. Este Iti al que Pablo Gaytán documenta en su video de más reciente factura titulado “El nómada del subsuelo” debió conocer aquellas líneas del poeta portugués Fernando Pessoa que dicen:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Porque como anarca irredento, lector de Ricardo Flores Magón, Mijaíl Bakunin y Piotr Kropotkin, Francisco Valle Carreño, El Iti, llegó a ciudad Nezahualcóyotl junto con sus padres a poblar aquellos terrenos insalubres y salitrosos que parvadas de precaristas, antecesores de los sin casa latinoamericanos, los famosos paracaidistas, hicieron suyos para tener algo que ofertarles de patrimonio a sus vástagos, chamacos, chavales, chavos que se hicieron a la vida entre los terrenales o lodazales, ya fuera temporada de secas o de aguas.
Francisco Valle Carreño, El Iti, hizo una vida escolar normal y más delante de la educación básica aterrizó en el CCH Oriente, según sus biógrafos. Es posible que en este centro universitario incrementara sus lecturas, asesorado por maestros ahora fósiles que aún arrastran sedimentos del marxismo leninismo regurgitado por Martha Harnecker y otros hacedores de manuales que tuvieron a bien desvirtuar el marxismo de Marx y otros pensadores que expandieron su alcance.
Quizá el haber recurrido a los filósofos del anarquismo antes mencionados impidió que El Iti perdiera la capacidad de sorpresa y se desbalagara por senderos de la poesía, la música punk soliviantadora y estridente a punta de batacazos y rasgueos que erizan los pelos y relatos que denotan el terruño, el alma máter donde al Iti le tocó aterrizar, sin posibilidad alguna de entablar contacto con su planeta y balbucear la famosa frase: “Iti go home”.
De la muerte del Iti nos enteramos por el carnal Marco Lara Khlar, reportero de El Universal, quien por puro amor al arte se dio a la tarea de contactar a todos los que pudo y que con El Iti tuvieron algo que ver, para que rindieran testimonio, apoquinaran los trozos de vivencia que con esta especie de ángel del asfalto tuvieron.
En charla con Marco me vino a la memoria haber conocido al Iti a mediados de los ochenta; recuerdo que nos presentó mi hijo Juan Pablo, quien se metió de lleno y hasta el toque y rol a la cultura punk gracias a la influencia de Francisco, El Radio y El Aleluya, entre otros. A Juan Pablo le decían El Ganso, y El Ganso me graznó de su ronco pecho que con más personajes de la banda se iban de excursión al Iztaccíhuatl, a convivir con la naturaleza, seguro que con el churro y el tequilón para el frío; me dijo que compartían lecturas, música y mona (activo).
Por ese entonces Sandro Cohen, de la editorial Planeta, me propuso que reporteara cuál era la situación de la banda actual, la de los años 90. Esa experiencia reporteril se convirtió en el libro Noticias de los chavos banda y ahí se incluye una entrevista con Iti.
A mediados de los noventa, para la serie de video Luces de la ciudad , de Canal 22, me tocó guiar a Felipe Cazals por lo que muchos consideraban aún las orillas del asfalto, ciudad Neza; este recorrido incluyó una visita a la casa del Iti. Recuerdo a Cazals vestido como explorador en el África, botas camperas hasta la rodilla, conjunto color caqui, anteojos Ray-Ban y gorra de director cinematográfico; quedamos de vernos abajo del puente de boulevard Aeropuerto y Zaragoza; cuando llegué don Felipe ya hacía tomas del descenso de los jets hacia el aeropuerto internacional Benito Juárez. Ernesto Zedillo andaba en campaña por la presidencia de la República y Cazals grabó a los grupos de rock que, encaramados sobre la plataforma de un trailer, amenizaban el mitin chorroytantosmil del doctor Zedillo en tierra de los coyotes hambrientos, en el Bordo Xochiaca. El director de Canoa y Las poquianchis no cabía en sí del asombro y de la manera en que se daban las situaciones para enriquecer el levantamiento de imagen. Ya se imaginarán qué sentía al entrevistar a los punks de Neza aquella fría mañana en la cancha del frontón a mano ubicada en el cruce de las avenidas Chimalhuacán y Cuauhtémoc. El radio y demás compas brindaron su testimonio y de ahí nos trasladamos a la casa del Iti para concluir el recorrido en el paraíso de la jodidez que por entonces era la parte baja de Chimalhuacán, Santa Elena-El Embarcadero.
El Iti vivía en casa de su mamá, en un cuartito que en sí contenía todas las expresiones del grafitti urbano; montones de publicaciones invadían el piso; el sonidista y el camarógrafo sudaban la gota gorda para hacer su trabajo y Cazals, feliz, celebraría con el enésimo trago de bacachá blanco las tomas logradas: El Iti dentro de un sliping bag; El Iti soltando sus netas; El Iti como un chavo muy contracultural y el cuartito aquel tenía, máximo, el doble de un clóset y hasta el foco estaba grafiteado.
Yo quedé maravillado, pues Cazals tomó personalmente su camarota y se metió a filmar a ese personaje flaco, larguirucho, desparpajado, con su abrigo negro y sus botas altas de minero en el inmenso socavón que es la zona monstrupolitana de la ciudad de México.
El Iti se meneaba, gandul, por las calles de Nezayork, participaba en el slam durante las tocadas punketas que en el Coyote Hambriento se organizaban, era parte de los anarco punketas preocupados por la ecología, la desigualdad, el entorno político y demás yerbas que a esa edad a todos nos traen juidos. Dícese que murió de diabetes juvenil un 24 de diciembre de 2004, presente lo tengo yo, a los 37 años de edad. Dícese, porque con este acercamiento que el videasta y sociólogo Gaytán nos brinda, se me hace que tenemos Iti para rato, y todo porque Francisco Valle Carreño no logró hacer contacto con el planeta rojo y pronunciar la ansiada frase:
—Iti go jom.

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