miércoles, junio 22, 2011

Cambio

Ricardo Medrano Torres

Este mundo es más grande y más profundo
desde sus nervaduras, los símbolos escuchan
son maquinales las últimas caricias.
Un disparo en el eco de la piel nos duele
—Página oculta es tu más fina cicatriz—
¿Cuánto valen estas horas aciagas?
Estoy dispuesto a almendrarme el alma
a través de este paso cada vez más terco
sendero bifurcado lengua-harapo
canto lánguido de mujer que da la vida.
Vidas erráticas de barco nos separan.
Me aferro a este polar retoño
a esta sala enmudecida.
Desde aquí viajo por las hertzianas voces
que el vecino comparte.
Aceitaré estos huesos
iré a la guerra con la diestra
para que no me encuentre pálido la muerte
para que siga de largo por el túnel
y me retarde el circo de partir.

lunes, junio 13, 2011

Marcha de las p…

Ricardo Medrano Torres

Tuyas tus tetas
tuyas tus nalgas
tu espíritu rebelde
naturalmente dado

Hada y lanceta
flecha y sangre
que antes de herir
adormece

Mil veces mujer
cientos de veces origen
una sola mujer
perpetua
nace desde los ojos de todas
de las voces que desean y permanecen
como tú, a la espera de la lluvia
reparadora y fresca
agua de vida en esta ciudad
hecha con trozos de tu espíritu

Que siempre griten con fuerza
los ángeles bajo tu falda
sobre tu airoso cabello
que tiene el olor de la vida
en cada paso y en cada consigna.

martes, junio 07, 2011

Payasos

Ricardo Medrano Torres

Tenían los rostros pintados
decorados por el humo negro
de la flama escupida.

Se daban besos
y tragos a su cerveza Victoria.

Él fumaba cigarros sin filtro
sus arrugas atrapaban pintura
barbas crecidas.

De crucero en crucero
ganaban unos pesos
para amarse y para sus vicios.

Se amaban con sus cabellos rubios
y su traje y su bote de gasolina.

Él la tomaba por las nalgas
le acariciaba los senos y lamía su cuello.

¿Puede haber algo más sensual
que un par de payasos besándose
en el basurero frente a tu casa?

Si su madre los hubiera visto
Tal vez se moriría de risa.

Los payasos se dan besos
y tragos a su cerveza Victoria.

lunes, junio 06, 2011

La pena de Socorro

Ricardo Medrano Torres

Qué pena la de Socorro:
tener un hijo bizco
y envejecer al lado del hombre
que la golpeó una tarde de viernes
en la glorieta del cine.

Pena porque sus generosas nalgas
se marchitan con apenas
sesenta años de existencia.

Su marido lava el auto los domingos
Fastidiosamente.
Tal vez recuerda el generoso culo
de su mujer en una habitación
del hotel de la glorieta
en manos de un joven tablajero del barrio.

Qué pena la de ambos:
vivir juntos por siempre
y tener un hijo bizco.

Ella no mentía

Ricardo Medrano Torres

Ella no mentía ni fumaba yerba.
Era menuda, casi escuálida;
“tiene cuerpo de perra”
—decían sus amigos.

Bien pudo llamarse Penélope
o Patricia o Hildegunda,
pero prefería no tener nombre.

Dijo que la palabra “Amor” tenía dos sílabas
tan insignificantes como pecado
o suciedad de perro.

Ayer la arrolló un vehículo,
su cráneo se vació
en un solo estallido,
fue el big-bang de la muerte.

Sus amigos seguro la extrañarán
porque no mentía ni fumaba yerba,
aunque “tenía cuerpo de perra”.



martes, mayo 31, 2011

Impavidez

Ricardo Medrano Torres

Suenan un par de disparos desde un auto en marcha,
dos golpes secos, tan comunes como rocas cayendo de un edificio en demolición;
poco a poco se nos acaba el espanto, todos seguimos nuestra rutina enfadados,
molestos por los que insisten en que debemos sentir miedo.

Ya es tan común soñar con la esposa mutilada,
con el hijo levantado, con buenos y malos
en esta procesión rumbo a la fosa.

Todas las noches enciendo un cigarro y exhalo hacia las nubes su espíritu,
mi espíritu de poeta cuajado y malhumorado:
¿Vale la pena seguir batallando?

Los optimistas dicen que bien vale la pena una casa y un auto,
que vale la pena la educación de la que los hijos reniegan.
Yo me pregunto: ¿vale la pena que valga la pena?

Presiento que le hacemos el juego a los que siempre soñaron
burlar a la autoridad y hacer las cosas fáciles
a costa de las propias faldas de su madre.
¿Ya no hay decencia?

El propio Scarface tuvo un poco de dignidad y supo cuándo retirarse,
enfrentó cada una de las balas que se ganó a pulso.

Nuestros rostros impávidos parecen ser el signo actual.
Nuestro espíritu tomó un arma y se suicidó en nuestras narices.


lunes, mayo 30, 2011

Janis en la recámara


Ricardo Medrano Torres

¿Por qué te moriste, Janis?
Tal vez esta sea la pregunta más estúpida
que haya hecho este día.
Sonidos del más allá y una copa medio vacía
—tal vez medio llena— aligeran el sofocante lunes de pesadilla.
Tal vez sea la mejor solución hacer preguntas estúpidas.
Pero, ¿se puede ser menos estúpido que tocar una guitarra imaginaria?:
¿voltear la casa pies arriba buscando una voz guardada en un disco compacto?
Todos recordamos algo que poseímos y que hoy no aparece,
Aunque tengamos una urgencia enfermiza por encontrarlo.
¿Tú también olvidabas cosas, Janis?
Entonces, ¿por qué no olvidaste morir?,
¿por qué te negaste a ser una abuela dulcemente alcohólica?
Ya sé lo que busco, Janis, pero sé que no me gustaría encontrarlo.


miércoles, mayo 25, 2011

Confesiones II

Ricardo Medrano Torres

Afuera, todo en calma.
Adentro un jarrón con pájaros cautivos
y mi radio jugando al engaño.
Es muy práctico lavar las camisas
y sacudirlas para finiquitar arrugas en la frente.
Todo cesa, aunque es larga la luz de las carreteras.
Aparecidos y figuras de plastilina esperan
agazapados en las historias que me regalas cada mañana.
Nunca tuvimos aves en la casa, excepto esos pájaros
cautivos en el jarrón que no pertenece a ninguna dinastía
ni tiene el valor de ninguna antigüedad.
Es más, nunca tuvimos una mascota, propiamente dicho,
a la que cuidáramos como un hijo o como una reliquia.
La calma desde afuera se cuela hasta el jarrón.
Los pájaros temerosos no cesan de entonar
canciones a la mascota que nunca tuvimos.

martes, mayo 24, 2011

Confesiones I

Ricardo Medrano Torres

Mientras terminan estos instantes
y el vaso agota sobre tus labios este recuerdo
tus manos de manzana zigzaguean hasta mis ojos
hoy tan ingratos y volubles como dos noches de desvelo.
El cigarro eleva su espíritu glorioso y tú y yo acampamos
en los mutuos silencios que propicia el desgano.
Ni las moscas quieren parasitar en nuestros rostros.
Estamos solos, ahumándonos como dos piernas de cerdo,
viejas y lóbregas, como dos papas retoñadas.
Es tan espesa esta tarde que la luz del foco ilumina
poco menos de los cien watts que promete.
Nadie ha cruzado esa puerta en años.
Es tan deprimente desayunar fuera y volver
sobre estos pasos otrora seguros.
Se cansa este caballo y la lengua ya no es la misma
sin la pelea constante contra el propio reflejo.
Pasan las horas y sólo queda el recuerdo de otros vasos, de otros besos,
de otra persona que duerme y ronca
bajo el pétalo perfecto de la calma adulta.



viernes, mayo 20, 2011

Fuga en Re bemol

Para Cepillo

Ricardo Medrano Torres

Arrastramos un hilo entre los dientes
Y las olas del día gotean su frente.
Mañanita sincera, luna dormida
Dónde estarán las flores que da la vida.
Llevando una mochila sobre la espalda
Vivir la loca vida, ésa que escalda.
No hay tierras a la vista desde este barco
La tierra está debajo del sobresalto.
Manos niñas y ojitos, caminos temerosos
Sólo estaban tú y ella, claveles rojos.
Mira abrirse la noche como una boca
Mariposa en la lluvia, fuego que moja.
Sin fotos en la prensa ni en andadores
Su rostro era la foto de los amores.
Les siguieron de cerca miedos y espadas
Privilegio de ciegos en la mirada.
De noche mano tibia y ojos brillantes
Delirio de fantasmas, eso hasta el martes.
No tiene luz el faro que le ilumine
Sólo tiene el impulso que se reprime.
Amor de la memoria, pasión que crece
Una historia sin peces y sin palomas.
Libertad que no espera siguiente trino
Aguardará mil años si es su destino.

28 de julio de 2009


viernes, mayo 13, 2011

Embrujo


Ricardo Medrano Torres

Para mi "Brujo" Richard a quien amo tanto como a mis ojos
Para mi Alina, con la fina genética de la ironía
Para mi Reme, porque siempre sabe qué quiero decir
Para Brenda, Rorris, Magda, Goyo y todos los ahijados en edad prepunzatoria.


Hay cosas que se adhieren a nuestros recuerdos: el primer beso, la primera palabra de aliento, el primer golpe recibido, el primer platillo bien degustado. Pero el primer amor merece un trato aparte. La sensación de aleteos en el estómago, el mareo y el nervio cuando se acerca la hora de verle, el andar por la calle de la mano y sentir el viento en nuestros rostros… en fin, hay cosas que por más lozas que echemos encima, siempre saldrán a flote en el momento más insospechado.

Muchos tuvimos la fortuna de conocer ángeles y demonios. Recuerdo una joven que engañaba a su novio conmigo y a mí me engañaba con su novio. Recuerdo los golpes que nos dimos el novio y yo, y recuerdo que ella tuvo la delicadeza de llamarme para decirme que todo había sido un malentendido y que siempre que yo quisiera podía contar con ella “para lo que se me ofreciera”.

“Benditas sean las rubias calentonas que se emocionan por pasar el rato”, diría un poeta español. Y yo diría que Dios las libre de todo mal, “me las bendiga y me las proteja” —diría la tía Carmela—. Qué chingón aquel dolor que duele diferente a un madrazo en el rostro, más agudo que una patada en los testículos, más seco que un tabicazo en la cabeza y más apendejante que un litro de tequila.

Qué rico sentir esa nostalgia y dejarse guiar y permitirse llorar por las noches y en las soledades del tributo a Onán. “A tu salud, mi reina (o mi rey)” y sentir en la textura del papel higienizante —que no higiénico porque de la impecable blancura pasa a receptáculo de nuestra polución— la textura de su piel y besar la luna del espejo, ensayando el beso que daremos o evocando el beso que dimos.

Benditos goliardos, cuánta verdad: O Fortuna / velut luna / statu variabilis,/ semper crescis / aut decrescis; / vita detestabilis / nunc obdurat / et tunc curat / ludo mentis aciem,/ egestatem, / potestatem / dissolvit ut glaciem. (Oh Fortuna,/como la luna/variable de estado,/siempre creces/o decreces;/¡Qué vida tan detestable!/ahora oprimes/después alivias/como un juego,/a la pobreza / y al poder/ derrites como al hielo).

Todos y cada uno tendremos un recuerdo de amor qué contar a nuestros nietos. Por eso, muy a menudo, en silencio le damos la razón al viejo Bukowski: hay un pájaro azul en mi corazón / que quiere salir / pero soy duro con él, / le digo quédate ahí dentro, / no voy a permitir que nadie te vea. Porque el amor es tan privado que se vuelve público, se transforma en una suerte de circo en donde todos quieren ser maestros de ceremonias.

En ese circo-espectáculo-comedia del amor, un día el elefante y el león se enfrascan en una pelea a muerte y la carpa se incendia, y sólo queremos oídos que sofoquen el intenso fuego que amenaza tirarnos la tienda. Pero como en la Tía Chofi: “Los campesinos que te enterraron sólo tenían tragos y cigarros”. Somos las tías chofis del desconsuelo en manos de campesinos festivos a quienes preferiríamos desaparecer con el chasquido de nuestros dedos.

Nada nos llena ni nos consuela, estamos “vacíos de una a otra costilla”. Amor perdido, / si como dicen es cierto que vives dichosa sin mí / vive dichosa, / quizá otros brazos te den la fortuna que yo no te di. Pero, ah cómo duele imaginar, sólo imaginar que otro haya sido más listo: “La muy ingrata se fue y me dejó, sin duda por otro más hombre que yo. A los quince años yo fui casado y abandonado a los dieciséis…”.

Cuánta sabiduría desbordan esas letras y cuánta miel nos empeñamos en derramar. Pero para todo hay respuesta: “Creibas que no había de hallar amor como el que perdí, tan al pelo lo jallé que ni me acuerdo de ti”. “Si me "queren" se querer si me olvidan se olvidar nomás un orgullo tengo que a "naiden" le sé rogar…”

Sin embargo, las horas filosóficas del poeta son briznas en la tormenta del amor, porque quien quiere sufrir sufrirá a pesar de lo que le digan y le aconsejen: Morí una vez en el futbol / salí en el noticiero de las 10 / me consagré con la afición / un hombre que murió por su pasión. O como diría otro poeta: Me conmueves toda tú, representando tu vida, con esa pasión tan torpe y tan limpia, como el que quiere matarse para contar: soy suicida.

El enamorado quiere sufrir, cuéstele lo que le cueste. El hombre es el único animal que construye jaulas para encerrarse en ellas. Y vaya que es un experto. Porque el enamorado no se pregunta nunca lo que se preguntó el maestro Jaime López: "Cuando entre el sí y el no existen / unos cuantos besos y negaciones, / la incertidumbre me obliga a preguntarte / si podemos cosechar / o sólo estamos arando al aire...".

El enamorado empeña su dignidad y la pone al servicio de la pata vengadora, reivindicadora de la superioridad de género —pero el opuesto— y la otra parte, ni tarda ni perezosa, se encarga de limpiar la mierda de su zapato con el cuerpo servil del guiñapo otrora orgullo nacional del que no sufría, del que no sentía, del que se amanecía cantando como el “muchacho alegre”. Dónde quedó tanto cacareo, tanta alharaca, tanta bulla. “Tanto pedo para cagar aguado”. “Pobres perros expuestos a la sarna y a la vida, rabiosas dentelladas que exigen pan y hembra y mundo, pero que ofrecen el cuello al collar de las caricias”. Dignidad, señores, dignidad, pero sin abusos ni injusticias.

“El que ama se estremece ante la idea de pruebas más severas; suplica en silencio que se le permita poner la mano en el fuego” diría el viejo Henry Miller. Y todos estamos hechos de esa misma pasta, explosiva y mansa como el fuego derritiendo mantequilla. Y todos exigimos y arrebatamos y nos rasgamos las vestiduras cuando de amor se trata. Y uno no puede más que recordar a Neruda: “Es una casa tan grande la ausencia, que pasarás por ella a través de los muros”. Entonces uno se pregunta si valen la pena tantas cachetadas al ego y tantas copas y copas y botellas tras botellas y tantas “lágrimas de mi barrio”.

O bien, en un esfuerzo de serenidad, analizar la razón de ser tan animales como para no discernir de qué se tratan los asuntos sobre el particular: “Después de todo —pero después de todo— sólo se trata de acostarnos juntos, se trata de la carne, de los cuerpos desnudos, lámpara de la muerte en el mundo”.

Pero tal vez todos deseamos la omnipresencia para estar seguros de que el otro (a) nos ama, aunque ninguna persona en su sano juicio debería pasarse la vida pensando en lo que el otro hace en ese momento cuando no se está junto a ella. Hay una Isabelle Adjani poseída por monstruos rondando nuestro espíritu. No importa cuán feo, macabro y destructivo sea ese amor que nos arrastra y nos condena.

Miguel Hernández, cuánta razón: “Besarse, mujer, al sol, es besarnos en toda la vida”. “Besarse a la luna, mujer, es besarnos en toda la muerte”. Y toda la vida y toda la muerte en esa dicotomía de emociones en donde bien y mal confluyen, se unen y transitan por las autopistas de la locura al más puro estilo David Lynch con tableros de Terciopelo azul.

El amor pareciera ser el lazo en el cuello del suicida, la corbata obligada del oficinista, la sinrazón justificando obsesiones, desvaríos, esquizofrenias, malformaciones y autodestrucción. Por todo ello, volvamos a Bukowski, quien certeramente apunta que “…no es placentero ser puesto en la cruz y dejado ahí, más placentero es olvidar a un amor que no cumplió…”.

Claro, parece fácil escribir sobre cosas tan etéreas como el amor o la religión, aunque sus flexibles dogmas perduren y repitan consonantemente su flagelo de arrumacos, besos y “escenas de cama”. Pues lo demás: la obligación, la responsabilidad y el compromiso, son los hijos bastardos del arrebato apasionado de jóvenes apresurados por cumplir los rituales de la carne, aunque terminen durmiendo en el congelador de la rutina y el aburrimiento.

Y este monólogo apretado, pletórico de citas citables y piedras y caminos, puede seguir infinito, reciclable y apoltronarse en los estantes de las bibliotecas y en las memorias de viejos con cabeza de varilla oxidada; sin embargo, amores y desamores, piedras o lana, aceites sobre el cuerpo y maravillas sepulcrales atinan con fiereza sus dardos míticos, cual dedos de nerones incendiarios o pequeños arcos pedófilos de cupidos taciturnos, cual joselitos avejentados o pulgarcitos devorando a sus hijos.

Terminemos ya, y que cada quien viva su vida y sus dolores, aceite sus bisagras o se encarame en la cómoda rama de lo soslayable, de lo perpetuamente lúdico y perverso, de lo campechanamente duradero. Eso es tarea de cada quién, a fin de cuentas, vivir es un riesgo que debemos asumir. Yo me quedo con las palabras del poeta y me preparo para ir a comer al mercado de la colonia Cuauhtémoc —lo siento, soy tan terrenal y humano como cualquiera:

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.


martes, marzo 29, 2011

El domingo es día de plaza y mañana Dios dirá


Por Ricardo Medrano Torres

Seguro que alguna vez se ha parado usted por el mercado de San Juan, a degustar un rico taco placero con sabor a mediodía de domingo, un rico consomé que alivia la cruda realidad e invita al desempance con el compa viendo el fut.

Este tianguis es la desesperada huida del mundo infraurbano, día de esparcimiento para los necenses. Este paseo dominical es obligatorio para el gran chacharero, el coleccionista que aligera las monedas de sus bolsillos con artículos y curiosidades que se expenden sobre el piso, encima de hules coloridos y medio terregosos.

Es posible ver al jefe de familia comprando refacciones para las bicicletas –medio de transporte del señor de las donas y los churros–. Al ñor que se merca una vista aérea de San Francisco (y no de Asís), para adornar su incipiente sala; al cabo que él fue mojado una ocasión y lavó platos en un restaurante de chinos por aquellas tierras gringas.

Alguien se da el lujo de mercar sus discos de los “Escarabajos”, y hasta las pastas piratas inglesas son material de colección para el interesado en esos menesteres musicales, ávido e incipiente coleccionista, en aras de conformar su propia cultura y encontrar su identidad.

Se vende la salita usada y la dentadura de algún abuelo. Un nudo de gente se arremolina en torno al bueno: “Esa bolita es para robar”, y sopas, el robado se da cuenta que ya no trae dinero para pagar la playerita del pato donald, reforzada en el pescuezo. Ya ni llorar es bueno ante estas circunstancias y el birlado se lamenta en tono de “hijos de la chingada”, y se evapora entre la gente.

Fayuca de medio cachete (como diría el más bragado de los metalingüistas) se vende en su cajita original y sin más factura que la bendición de Dios y que te acompañe Marx debajo del brazo en una edición del Capital del Fondo de Cultura Económica.

Helados, conitos de harina, tronadores a la primera, aguados y correosos como cuero de marrano a la segunda mordida hambrienta de refrescarse la mollera por el calor que nos encabrita.

Aquí sí están baratos los chones: de a dos por cinco y tela de la que se amolda, para que le gusten al viejo y no ande de canijo en los puteros disfrazados de loncherías. Claro que hay que comprender las necesidades del viejo, sus canitas al aire y su necesidad de irse a chupar con los cuates de la chamba o con el compadre.

Lo único que nos interesa es vernos bien: hay que comprarse un buen espejo mentiroso, imitación bronce (puro plástico de color dorado) de a veinte varos. También hay colorete y rimel, bilés de colores chillantes, para que se vean bien las damitas chambeadoras.

Hay botas de casquillo y ropita usada para verse fresón, o de perdiz ver que la roturilla de las axilas es indicio de que el chavo es punketa, y bien rebelde sin causa. Chicos y grandes gastan sus fondos en garritas o chácharas, raspados y libros viejos.

A esas alturas, los bolsillos moquientos escurren sus últimas monedas y sólo queda lo suficiente para el camión o para refinarse un taco de cuero de marrano a un lado de los locales de herramienta en la avenida José del Pilar. Hay quien guarda un dinerillo para el camión y los tacos de canasta en la chamba, para los pingüinos y la “pecsi”, o para los tabacos, en su defecto.

Y justo cuando el clímax orgiástico de la compra venta de chácharas y ropa nueva y usada llega a su cima, el domingo se vuelve triste y el merequetengue de un día pleno de bullicio, olor a fritangas y a libros viejos, va quedando solo, sentado sobre el desperdicio de la fruta, sobre las cajas rotas y aplastadas en su inútil valor de dos pesos el kilo cartón.

Así, lo que parecía eterno, la fotografía que se repite semanalmente, se ve situada en su justa dimensión, a tono con los días. Si mi abuela compraba sus medias en el tianguis de San Juan, su nieto merca lo último en sabores a tripa frita, olores a consomé de borrego ladrador y chácharas a más no poder. A su salud.

Foto tomada de: http://defecito.com/2009/04/13/tianguis-de-libros-en-reforma/

martes, marzo 01, 2011

Carta del Paco Quiroz




Va una carta de mi cuaderno el "Anillo", de cuando se fue pa'l norte y jamás volvió. Esta pues, es la memoria de muchos cuates que han elegido el camino de la chuleta y el sueño americano. Chequen nomás qué sentimiento le imprime el escribano hoy gringo. Con ilustración de Jorge Barrios.

Qué pasó banda Kool Aid, quiero que sepas que me fue bien en la pasada a pesar de que nos agarró la migra en el primer intento, eso fue el martes como a las dos de la madrugada. Hay una reja como de tres metros de alto, pasando hay que brincar tres bordos, entre éstos hay un arroyito con agua que huele medio culero, por eso los coyotes nos dan unas bolsas para no mojarnos la ropa ni los zapatos. EL charco ese tiene como tres metros de ancho y 40 o 50 centímetros de hondo. Pasando el segundo bordo, unos pinches perros (de esos que ladran, no de los que hablan) nos dieron una leve corrediza hasta unas máquinas de esas para pavimentar, en donde nos escondimos. Como los putos perros no dejaron de ladrarnos, nos agarró la migra y nos llevaron a una especie de cárcel en San Diego, donde nos tuvieron hasta el miércoles a las 10 de la mañana y luego nos regresaron a Tijuana. Volvimos a intentarle a las seis de la tarde del mismo miércoles, entonces ya la hicimos: nos llevaron a orillas de San Diego y luego a una casa más céntrica. El jueves nos llevaron a Los Ángeles, ahí nos entubaron en un hotel. Éramos nueve. Nos dividieron en dos grupos —uno de cinco y uno de cuatro—. Yo me vine en el primer grupo, éste salió el jueves a las 24:15 de la noche hacia Nueva Jersey con escala en Chicago. El avión llegó acá como a las 10 de la mañana del viernes. El viernes, desde el aeropuerto, nos dirigimos a la casa de Juan, un cabrón que ya tiene rato acá. De ahí le hablé al cuñao Poncho, quien fue por mí y tan tan.
Me encuentro bien y espero me mandes una foto de toda la banda: El Gordo, El Tribi, El Nene, El Chino, El Padre, El Flaco, El Bunga, El Mijoi, El Inglés, Eloyito, El Verruga, El Beni, El Sapo, El Chato… de todos, cabrón.
Saluda a tu familia de mi parte. Te mandaré otra carta hasta que me contestes esta. Ahí me cuentas qué hay de nuevo por allá.
El Paco Quiroz (firma).

viernes, enero 28, 2011

Neza Arte Nel: 10 postales del oriente de Edomex


Por Lilián Anaya

Desde hace 10 años, este grupo de artistas plásticos se ha dedicado a plasmar su arte en paredes, bardas, muros y edificios, con la finalidad de encontrar una identidad. Neza Arte Nel es un colectivo que nació en el municipio de Nezahualcóyotl, en el estado de México, y está encabezado por Miguel Ángel Rodríguez alias Lupus.

Desde hace 10 años expresan su arte a través del muralismo de barrio y el graffiti. Los integrantes, son jóvenes artistas oriundos de la zona oriente de la demarcación y los cuales se encargan de marcar edificios públicos con pintas que reflejan la situación actual mexiquense, sobre todo de las zonas marginadas que existen en la demarcación.

Sus obras también han llegado al Palacio Municipal de Neza, así como en el Faro de Oriente, la línea A del Metro, en Pantitlán, Los Reyes La Paz, entre otros. El grupo artístico está conformado por "Tacho", el "Diego Rivera local", Alfredo Arcos, entre otros.

Sus obras se caracterizan por ser temporales, además de que buscan renovar el muralismo incorporando el graffiti, con lo que crean combinaciones de los nuevos y viejos elementos de ambas corrientes. El colectivo se dice estar en contra se la imposición ya que lo único que buscan es un espacio donde plasmar su plástica que se pueda disfrutar solo o en grupos, y para todos los públicos; dejando la moda atrás para buscar una identidad.

Sus murales también se han plasmado en las delegaciones de Iztapalapa, Tlalpan, Alvaro Obregón, Coyoacán.

Tomado de: http://www.eluniversaledomex.mx/nezahualcoyo/nota12423.html

visita el fotolog de Neza Arte Nel: http://www.fotolog.com/ciudadnezia/about

martes, enero 18, 2011

Alfredo Arcos, El hombre de las Maravillas


Manifiesto de Alfredo Arcos. La Revolución Sandiísta



¡Viva el manifiesto de la revolución sandiísta!
¡Viva la clitoricracia y el anarcosandiísmo!
¡Viva la resurrección del culto al pulque humano para todo enano!
¡Viva su propuesta del nuevo arte público tri y bidimensional para ciudad necense!
¡Viva la venus de Neza como ininterruptible paridora de futuras madonnas lesbiano-transgénero!
¡Viva el proyecto escultórico de arte libre y directo sobre el tema de las mamas de las mamás de sus ex-amigos necences!
¡Viva su curso introductorio al perfeccionamiento de la técnica precisa para aprovechar los recursos naturales propios y ajenos: Adiós al pulque humano para el mexicano!

Execro a los poetas aputarrados. Estoy asqueado de tanto lloriqueo de mal gusto. La venus de Neza sigue dándole el culo a los poetitas que no se atreven a olerla.
Nadie dijo nada, sin embargo todo mundo guarda el olor de sus axilas.

¿De quién fue la idea de pervertir y masturbar a los maravillosos enfermos que nos enseñan a ubicar al mundo de manera distinta?
Mejor volver a la clandestinidad luminosa.

Mejor dejar que el cabello crezca tan largo como el vello púbico de las grandes avenidas de la prostitución necense y seguir mamando de las mamas de las mamás de mis examigos.
Es cierto, es mejor regresar al rinconcito húmedo y caliente de las querendonas mamás de mis examigos necenses, o tal vez sería mejor enmugrarse nuevamente y crecer frente a los colores del arcoiris que se inclina orinándose en cada esquina.

Dios ebrio, ilumíname. Estoy asqueado de los culitos putrefactos hambrientos de poder.

Ayer iluminé mis sandías ahuecadas con el llanto caliente de las veladoras que se desnudaron frente a cada poema vivo, texturado, resplandeciente de ubres alimentadoras.

Siempre quise formar parte del único y necesario gran centro cohesionador de la cultura del arte lúcido necense.
Siempre quise aportar nubes eléctricas al sesudo vientre de la madre patria.
Siempre quise cambiar mi deber cotidiano líquido por cualquier maravilloso orificio de cualquier mamá de mis examigos necenses.
Neza: Municipio erecto.
Ciudad necense: Municipio en proceso de erección.
Me preocupan los cerebros marchitados por tanta puta droga inoculada.
Mejor cambiar la dieta y crecer entendiendo el arte de la cocina sandiísta.
¿Cómo le haré para teñir de lodo mi alma? El alma es eterna y sus infiernos agonizan censurados gracias al sórdido nacimiento azul. Su salsa se derrama haciendo lloriquear al poeta de ano rasurado y bien lubricado.
Los pintores mediocres no se imaginaron como eternos rebeldes:
Decíamos que Alfredo Arcos ha muerto…
¡Viva el uei!


***


Recientemente se publicó el libro "Alfredo Arcos, el hombre de Las maravillas". Es una obra biográfica escrita por Rocío García y Antonio Malacara que incluye una serie de comentarios acerca del artista y su obra por parte de algunas personalidades, como Daniel Manrique, muralista, fundador del movimiento Tepito Arte Acá:
“Alfredo comenzó a plasmar lo que tenía más cerca, y precisamente creo que fue uno de sus tantos aciertos. Yo le vi pintar, con una fuerza verdaderamente brutal, orgías de perros, también rostros humanos de aquellos chavos banda en sus inicios, los incipientes chavos banda de Ciudad Neza. Aunque eso nada tiene que ver con el grafitismo actual; ni siquiera con el rotulismo, como yo lo llamo.
“Creo que Alfredo Arcos es verdaderamente auténtico. Con muchas influencias de las que pudo agarrarse, pero a final de cuentas, con su capacidad, lo que pintó resultaba ya casi un estilo, pero no porque lo anduviera buscando, sino porque, en cada quien, el estilo resulta. Y también porque se va reflejando en uno mismo el ambiente a que uno pertenece. En ese sentido, Arcos manifiesta un estilo verdaderamente brutal en cuanto a fuerza de expresión”.

Tomado de: http://lavida-real.com/joomla/index.php?option=com_content&task=view&id=187&Itemid=92

Total, ya estaba muerto


Por Ricardo Medrano Torres



A chupar que el mundo se va a acabar. No queda más remedio que beber para ahogar penas, porque con pan y alcohol son más buenas. Dice Pancho mientras empina el codo y “hasta no verte Espíritu Santo”. Cansado de las riñas con su mujer y de la infidelidad de ésta con el carnicero, decidió exiliarse un tiempo en Guadalajara.

Pidió su liquidación en la empresa de telefonía y disfrutó de la vida por dos placenteros meses. Una vez terminado el capital, vagó durante quince días con sus noches y durmió en la banca de un jardín público, hasta que en un atraco le quitaron la cartera y, con ella, el último billete de veinte pesos. Entonces decidió regresar a su casa en México y hacer de tripas corazón. Total, nada que el jabón no quite ni desenmugre. A dónde más ir que con sus hijas y la piruja de su mujer.

Como pudo, logró reunir dinero suficiente para el boleto de autobús rumbo a "su casa". Al llegar, desde la puerta, vio un ataúd en pleno patio y sus respectivos cuatro cirios.

—Quién se murió —preguntó a un desconocido que hacía las veces de portero.

—Pues el dueño de la casa. Dicen que lo atropelló un autobús y lo dejó irreconocible. Lo identificaron por la credencial de elector —respondió el hombre.

Sorprendido, no se atrevió a entrar. Vio a su mujer y a sus hijas que, sin manifestar tristeza, repartían café y pan de dulce a la concurrencia. Le dio pena arruinar el momento. Se dio cuenta de su suerte y decidió morirse para siempre. Regresar a Guadalajara era la mejor opción. Total, él ya estaba muerto y mañana, seguramente, lo enterrarían para siempre.

Ilustración de José Guadalupe Posada.

viernes, enero 14, 2011

Ya vas que chutas


Por Ricardo Medrano Torres


En el barrio lo típico era la cascarita, para apostar los refrescos o por jugar el honor. Casi siempre era con una pelota ponchada, de esas rojas que nos negábamos a tirar a la basura. Era a todo dar tirar patadas y quedarse con el dedo gordo del pie derecho adolorido por la dureza del balón.

En las cáscaras de fut, había lo mismo Pelés que Batatas dribladores. En mi calle había un tipo que jugaba con la pata pelona y no le temía ni a los vidrios ni a las piedras. Ese sí era todo un pata de perro. Las porterías se empotraban en la imaginación y se marcaban por dos piedras de regular tamaño, separadas una de la otra por el número de pasos que se acordaran entre ambos bandos.

El fut en la cuadra significaba la oportunidad de vencer al rival vecino. Jugar de a los chescos era el parapeto para ganarle al equipo contrario, prácticamente, la hombría. El vencedor se pavoneaba de ser el campeón.

En el equipo improvisado siempre había el estrellita y el que se la rifaba para portero, aunque llegando a la casa siempre se lo rifaban con el palo de la escoba o con el cable de la plancha. Había los no muy buenos para la patada, estos entraban de refuerzo y eran muy truchas para el tirito –la bronca–. Casi siempre el agarrón era seguro y el pique inicial entre dos, se generalizaba hasta volverse campal. Rocaso seguro y apañón al que se caiga, le partían su jefecita al caído.

Los reclamos no se hacían esperar y la mamá del vecino reclamaba en casa ajena al provocador y agresivo que tundiera al retoño inocente producto de sus entrañas.
Pero el fut no era lo único que nos quitaba el tiempo y el dinero de las tortillas. Había canicas y pretendíamos engañar a nuestra jefa diciéndole que el dinero había escapado misteriosamente de nuestro bolsillo, a causa de un descuido. Pero la jefa, con colmillo retorcido y dientes postizos, no se tragaba la mentira; de inmediato intuía que la feria de las gordas yacía en el cocol rifándose su águila y su sol con las cuirias.

De a tirito eran los encuentros y cuando más faltos de liquidez andábamos, le entrabamos al tacón o al trompo, al balero muy poco, pues éramos medio majes para entrarle al agujero. Recuerdo que siempre hubo un vago y el que se rajaba con su jefa por que le ganaron las canicas o el dinero. Como si las canicas fueran eternas y no costara un billete de la corregidora y el maguey, aprender a tirar de uñita o de güesito, tirar tragándole y bajándose como las barajas, el ogado mueres o el no hay calacas ni palomas, chiras pelas y otras tantas. El montón de canicas y dinero tenían paridad al cambio.

Se estrechaban las manos de uñas mordisqueadas, rellenas de tierra, para enfrentar al equipo contrario, aquellos a quienes decíamos los panaderos, porque en la esquina de su calle había un changarro con ese giro. Cada equipo tenía un patrocinador de mayor edad y el fútbol generaba rencillas, el pique entre los grandes se volvía pique entre los chicos –sin ánimo de ofender.

La pelota se ponía en juego, rara vez pateábamos un balón; esos eran únicamente para las ocasiones especiales: cuando íbamos a jugar a la deportiva de la Magdalena Mixiuhca o al campo de la calle siete. Golpeábamos las puertas y los vecinos se desgañitaban mentando madres y amenazando con llamar a la patrulla –como si fuéramos a caber todos en las patrullas de bocho o en una Julia.

Había un vecino medio tocado del céfalo, quien cuando andaba en estado de ebriedad sacaba la wínchester del abuelo y amenazaba con ella, provocando el miedo y la necesidad de buscarle un apodo: El fusil, se le dio por buen nombre y casi siempre y por pura mala fortuna, la pelota caía dentro de su jardinera cercada con alambre de gallinero o golpeaba en su puerta.

“Córrele que sale el ruco y nos balacea”, se oían las advertencias de terror. La calle quedaba desierta y segundos después, como ratas de campo, uno a uno regresábamos para retomar las acciones del partido. Para el tacón los había vagos, pero, para construir pistolas lanzafichas –corcholatas– nadie nos ganaba. Los había muy ingeniosos que saciaban sus instintos bélicos en la espalda del enemigo, capturándolo y fusilándolo a la manera de la Revolución. Había Patons y guerreros del combate de la tele.

También había guerritas con las cáscaras de naranja que depositaba en nuestra esquina la señora de los jugos. Las llenábamos de tierra y las dejábamos ir en contra del oponente. Había chillones y fusilamientos, caras rojas y ojos llenos de piedritas, no había esperanzas de que nos pavimentaran la calle y nos desquitábamos de las cuerizas que nos ponía nuestra esquizofrénica madre, echándole jugo de naranja en la cola al más barco de la pequeña pandilla.

También jugábamos a las escondidas, al cinturón escondido, a las cebollitas –para cachondearnos a los gorditos, los que más se asemejaban a las redondeces femeninas–, al bote pateado y a platicar cuentos de fantasmas con las chavitas de la misma calle, en una esquina oscura y tenebrosa. Comprábamos un peso de masa en el molino del maíz, para jugar a la comidita. Las niñas, reproduciendo la eterna abnegación femenina, sancochaban la plasta de maíz molido sobre un comal improvisado: la tapa del bote de pintura, aún cubierta de resquicios rojos de mal sabor que siempre nos empachaban.

La malicia empezaba a despertarnos la sesera y los ojos más avezados le volaban al jefe las revistas eróticas, que este escondía debajo del colchón. Ver pelos era lo máximo y nadie imaginaba que todavía hubiera alguien a quien no se le hubiera parado el tilín con sólo ver las escenas morbosonas de la tele. Quedarse con la revista era el máximo anhelo de todos; arremolinados y en bolita para que nadie sospechara de nuestras cachondas intenciones. Había silencios y no faltaba la broma del que le pregunta al azorado primerizo: “¿tú se la mamabas? El otro contestaba muy orgulloso –como sintiendo que la afirmación le daría etiqueta de arrojado– que “si”. “Pero a su güey” –era la respuesta que congelaba el ánimo.

Jugábamos a apedrear las lagartijas cuando asoleaban sus rugosas pieles sobre los tabiques ligeros de alguna construcción inconclusa. Estos lugares eran los castillos de la pureza de los sueños, los sitios para apartarnos de la realidad que vagaba en las calles y se zambullía en los charcos de lodo durante los meses lluviosos.

Nos gustaba encontrar objetos rescatables en los basureros: los polvos de amor de la madre Matiana, las vudúes brujerías en forma de muñeco rojo con sus respectivos alfileres; licuadoras oxidadas que nos hacían imaginar la posible compostura; mangueras para la lavadora –de las que yo me agencié una para la causa y se convirtió más tarde en mi azote personal cuando me pasaba de vivillo–; los hasta ese momento desconocidos condones –usados por supuesto– con su contenido ex vital y desagradable al tacto –acertaron, metí los dedos en uno usado.

El basurero era la trinchera para las guerritas de a rocasos. Era el sueño de volvernos ricos canalizando los materiales de desperdicio; vender los botes y latas viejas para sacarles una feria, que luego llevaríamos al cocol de las canicas o a la pared más dura para jugar retachaditas, rayuela u otra cosa. Éramos los viñeros de entonces, muchos sin la necesidad de hacerlo y otros con las ganas de ganarse una feria para arrancar una sonrisa a la jefa luego de llevarle las tortillas, compradas con pujidos de costal de ixtle lleno de desperdicios industriales.

En los meses lluviosos, los charcos se llenaban de hijos, grandes colonias de ajolotes. Verdaderas tumbas de lodo que nos dejaban los zapatos embadurnados. Había caminitos para cruzarlos, sorteando las temblorinas piedras, que inseguras amenazaban con derribarnos. Los mayores iban a trabajar y tomaban el camión sobre la avenida Pantitlán, aún no había micros ni con ellos división de clases entre los jodidos que viajan en chimeco y en pesera.

Tal y como iban secándose los charcos al finalizar la temporada de lluvias, las familias terminaron de pagar las letras del terruño y los escuincles pudieron ir a la secundaria, y luego al CCH y luego al Politécnico o a la Universidad, una vez concluidos los reglamentarios seis años primarios en una escuela urbana federal.
El deporte de los mayores era practicar el chismorreo y gracias a esta sana diversión pudimos saber que la esposa de don “tal” le ponía los cuernos en un hotel del entonces Cine Lago con un panadero –qué original–. Y que don “tal” la fue a sacar de su nido de amor y la azotó encuerada por toda la avenida Pantitlán, para que se le quitara lo buscona. También supimos que la delatora era de la misma calaña, y que la revelación fue producto de una revancha, porque esta última le había echado el ojo primero al señor de profesión bizcochero.

Otros juegos notables eran las apedreadas a los chantes de la gente indeseable. Había el Loco que abría las puertas a patadas y luego echaba a correr para escapar de los afectados doblando la esquina. Pero una vez llegado el mes patrio, tronábamos cuetes y nos valía un cacahuate las narices ahumadas. Festejábamos la independencia manteniéndonos al margen de los adultos, quienes generalmente platicaban tonterías y luego platicaban pendejadas, para concluir agarrados del chongo.

Amanecíamos acurrucados, cuando nos daban permiso, apretujados los unos con los otros, sin imaginar que la niñez solo se vive una vez, soñando que éramos grandes, soñando que algún día tendríamos recuerdos. Hoy, muchos de los chiquillos de ese entonces son ciudadanos de Neza con oficio y trabajo estable, otros emigraron a los Estados Unidos a traer billetes verdes, otros se mudaron de barriada con la huella de haber vivido un segundo en el terruño del coyote, y otros, desafortunadamente, crecieron solo para morir o para extinguirse encerrados en la cárcel.

Los juegos, unos crueles y otros más, llevan la marca de una compañía que no se dará nunca en otros estratos, son y seguirán siendo los que configuraron la mentalidad de muchos Nezences, su despertar al sexo y a la imaginación.
–Qué, ¿una cascarita?


Fotografía de Gabriel Orozco (México, 1962), Pelota Ponchada. Tomada de: http://fundacioncoleccionjumex.arteven.com/h/08_an_unruly_history_of_the_readymade_2.htm

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