Ricardo Medrano Torres
Ella no mentía ni fumaba yerba.
Era menuda, casi escuálida;
“tiene cuerpo de perra”
—decían sus amigos.
Bien pudo llamarse Penélope
o Patricia o Hildegunda,
pero prefería no tener nombre.
Dijo que la palabra “Amor” tenía dos sílabas
tan insignificantes como pecado
o suciedad de perro.
Ayer la arrolló un vehículo,
su cráneo se vació
en un solo estallido,
fue el big-bang de la muerte.
Sus amigos seguro la extrañarán
porque no mentía ni fumaba yerba,
aunque “tenía cuerpo de perra”.
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