martes, marzo 29, 2011

El domingo es día de plaza y mañana Dios dirá


Por Ricardo Medrano Torres

Seguro que alguna vez se ha parado usted por el mercado de San Juan, a degustar un rico taco placero con sabor a mediodía de domingo, un rico consomé que alivia la cruda realidad e invita al desempance con el compa viendo el fut.

Este tianguis es la desesperada huida del mundo infraurbano, día de esparcimiento para los necenses. Este paseo dominical es obligatorio para el gran chacharero, el coleccionista que aligera las monedas de sus bolsillos con artículos y curiosidades que se expenden sobre el piso, encima de hules coloridos y medio terregosos.

Es posible ver al jefe de familia comprando refacciones para las bicicletas –medio de transporte del señor de las donas y los churros–. Al ñor que se merca una vista aérea de San Francisco (y no de Asís), para adornar su incipiente sala; al cabo que él fue mojado una ocasión y lavó platos en un restaurante de chinos por aquellas tierras gringas.

Alguien se da el lujo de mercar sus discos de los “Escarabajos”, y hasta las pastas piratas inglesas son material de colección para el interesado en esos menesteres musicales, ávido e incipiente coleccionista, en aras de conformar su propia cultura y encontrar su identidad.

Se vende la salita usada y la dentadura de algún abuelo. Un nudo de gente se arremolina en torno al bueno: “Esa bolita es para robar”, y sopas, el robado se da cuenta que ya no trae dinero para pagar la playerita del pato donald, reforzada en el pescuezo. Ya ni llorar es bueno ante estas circunstancias y el birlado se lamenta en tono de “hijos de la chingada”, y se evapora entre la gente.

Fayuca de medio cachete (como diría el más bragado de los metalingüistas) se vende en su cajita original y sin más factura que la bendición de Dios y que te acompañe Marx debajo del brazo en una edición del Capital del Fondo de Cultura Económica.

Helados, conitos de harina, tronadores a la primera, aguados y correosos como cuero de marrano a la segunda mordida hambrienta de refrescarse la mollera por el calor que nos encabrita.

Aquí sí están baratos los chones: de a dos por cinco y tela de la que se amolda, para que le gusten al viejo y no ande de canijo en los puteros disfrazados de loncherías. Claro que hay que comprender las necesidades del viejo, sus canitas al aire y su necesidad de irse a chupar con los cuates de la chamba o con el compadre.

Lo único que nos interesa es vernos bien: hay que comprarse un buen espejo mentiroso, imitación bronce (puro plástico de color dorado) de a veinte varos. También hay colorete y rimel, bilés de colores chillantes, para que se vean bien las damitas chambeadoras.

Hay botas de casquillo y ropita usada para verse fresón, o de perdiz ver que la roturilla de las axilas es indicio de que el chavo es punketa, y bien rebelde sin causa. Chicos y grandes gastan sus fondos en garritas o chácharas, raspados y libros viejos.

A esas alturas, los bolsillos moquientos escurren sus últimas monedas y sólo queda lo suficiente para el camión o para refinarse un taco de cuero de marrano a un lado de los locales de herramienta en la avenida José del Pilar. Hay quien guarda un dinerillo para el camión y los tacos de canasta en la chamba, para los pingüinos y la “pecsi”, o para los tabacos, en su defecto.

Y justo cuando el clímax orgiástico de la compra venta de chácharas y ropa nueva y usada llega a su cima, el domingo se vuelve triste y el merequetengue de un día pleno de bullicio, olor a fritangas y a libros viejos, va quedando solo, sentado sobre el desperdicio de la fruta, sobre las cajas rotas y aplastadas en su inútil valor de dos pesos el kilo cartón.

Así, lo que parecía eterno, la fotografía que se repite semanalmente, se ve situada en su justa dimensión, a tono con los días. Si mi abuela compraba sus medias en el tianguis de San Juan, su nieto merca lo último en sabores a tripa frita, olores a consomé de borrego ladrador y chácharas a más no poder. A su salud.

Foto tomada de: http://defecito.com/2009/04/13/tianguis-de-libros-en-reforma/

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