martes, enero 18, 2011

Total, ya estaba muerto


Por Ricardo Medrano Torres



A chupar que el mundo se va a acabar. No queda más remedio que beber para ahogar penas, porque con pan y alcohol son más buenas. Dice Pancho mientras empina el codo y “hasta no verte Espíritu Santo”. Cansado de las riñas con su mujer y de la infidelidad de ésta con el carnicero, decidió exiliarse un tiempo en Guadalajara.

Pidió su liquidación en la empresa de telefonía y disfrutó de la vida por dos placenteros meses. Una vez terminado el capital, vagó durante quince días con sus noches y durmió en la banca de un jardín público, hasta que en un atraco le quitaron la cartera y, con ella, el último billete de veinte pesos. Entonces decidió regresar a su casa en México y hacer de tripas corazón. Total, nada que el jabón no quite ni desenmugre. A dónde más ir que con sus hijas y la piruja de su mujer.

Como pudo, logró reunir dinero suficiente para el boleto de autobús rumbo a "su casa". Al llegar, desde la puerta, vio un ataúd en pleno patio y sus respectivos cuatro cirios.

—Quién se murió —preguntó a un desconocido que hacía las veces de portero.

—Pues el dueño de la casa. Dicen que lo atropelló un autobús y lo dejó irreconocible. Lo identificaron por la credencial de elector —respondió el hombre.

Sorprendido, no se atrevió a entrar. Vio a su mujer y a sus hijas que, sin manifestar tristeza, repartían café y pan de dulce a la concurrencia. Le dio pena arruinar el momento. Se dio cuenta de su suerte y decidió morirse para siempre. Regresar a Guadalajara era la mejor opción. Total, él ya estaba muerto y mañana, seguramente, lo enterrarían para siempre.

Ilustración de José Guadalupe Posada.

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