jueves, septiembre 30, 2010

Abajito del reloj


Ricardo Medrano Torres

A mi Bolita

A la novia se le cita en el andén, abajito del reloj. Da la hora en punto y uno observa con atención el descenso del pueblo de los vagones anaranjados. Ella no llega puntual y a él se le queman la habas por el quicoreteo y el apapacho. Quince, veinte minutos tarde, ella arriba tan vaporosa con sus cuarenta y cinco minutos de trayecto desde su casa para cumplir con la cita. Qué importa que haya llegado a destiempo; total, cuando uno anda rendido a sus pies, las esperas no importan. De la manita se encaminan al cine más próximo.

Poco más de media hora de película y el Juanito Profundo (Johnny Depp) no logra más que nutrir la calentura con su farsa piratesca. Un guiño basta para ponerse de acuerdo en invertir mejor el tiempo: cinco letras. Ya era justo y necesario, tanto tiempo de estarle implorando y convenciendo de que el arroz se come, hasta que la Divina Providencia proveyó: le cayeron al faivleders (al cinco letras —para que me entiendan—). Pero lo que ahí sucedió es muy su purrún.

Luego de la obligatoria siesta caminan por la Alameda Central, piden un chicharrón con crema y chile y se previenen contra la sed con un orange en botella de plástico. Se hace tarde y la guaracha sabrosona suena que suena, retumba que retumba en el parque del que Diego hiciera su “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. El amor brota por los poros cuando se es joven y se tiene la fortuna de probar los elíxires sagrados de tu diva y compartir los efluvios propios con la susodicha; sales fortalecido, más que menguado en materia de energía corporal.

Son novios y ahora amantes, son dos y uno solo, y esperan no convertirse en tres, porque en sus planes no está aquello de “donde comen dos comen más” (con eso se engañan, pues disfrazadamente lo desean). Él, de reojo, le mira las nalguitas con deleite. Mira nomás lo que me acabo de comer —piensa y se relame los bigotes como el gato.

Le echa el brazo sobre los hombros y caminan seguros de sí, seguros del mundo. El dinero que proveen los padres alcanza para estos pequeños lujos, para estos pequeños placeres. Se dirigen a la panadería e idealmente mercan un pan relleno de frutas. Van a comerlo frente al Palacio de Bellas Artes, no saben del Art Nacó ni del arquitecto Adamo Boari, pero degustan el pan y lo comparten placenteramente.

Presencian el atropellamiento de una mujer, miran al bolero despachar múltiples clientes en menos de una hora. A unos pasos, en La Alameda, los merolicos, payasos, activistas y otros muchos artistas generan un barullo que sostiene el corazón de la ciudad en permanente vals. A las veinte horas cumplidas, la noche se hizo de un vestido de lentejuelas luminosas y arremete contra las pupilas de los visitantes.

Ellos, los novios, se toman de la mano, se besan frente al Hemiciclo a Juárez. Los leones son testigos de aquel prodigio: dos seres humanos atrapados por las arterias de una ciudad salvada por el amor.

Se dirigen a la entrada del Sistema de Transporte Colectivo y sus ojos son otros: son novios, son amantes, son dos seres que tienen hora de llegada a sus respectivas casas. Hoy la vida tuvo otro sentido. A partir de hoy, no más “abajito del reloj”, son novios, son amantes…

Imagen: "La persistencia de la memoria" de Salvador Dalí

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