miércoles, septiembre 29, 2010

El próximo presidente de EEUU será oaxaqueño


Que no nos extrañe

Esta frase es del poeta necense Kuitlauak Macías. Este hombre de letras, amigo y hermano de Poetas en Construcción, al calor de las victorias bien heladas, tuvo a bien promover un recuento de nuestra experiencia personal y colectiva con el noble y heroico pueblo oaxaqueño de todas sus regiones.
En aquella ocasión, Macías recordaba las festividades oaxaqueñas en la ciudad que nos vio crecer: ciudad Nezahualcóyotl. Con gusto verificábamos que todos tenemos un oaxaqueño en casa —yo estoy casado con una mujer hermosa de ascendencia oaxaqueña. Kuitlauak también tiene esposa oaxaqueña—. “Al paso que vamos, que no nos extrañe que el próximo presidente de los EEUU sea oaxaqueño”, sentenció el escritor.
Ciertamente, el proceso de extensión de la raíz oaxaqueña es infinito. Sus fiestas, sus colores, su música, su solidaridad y su resistencia a los embates de otras culturas, los forjaron hombres y mujeres de viento con raíz de agua, firmes y gigantes como ahuehuetes.
He de decir con mucho orgullo que gané una esposa con familia integrada, o bien, que fui adoptado por una gran familia oaxaqueña en donde cada festividad santificamos el pan y la sal, y el gusto por el parabién asoma victorioso desde cada garganta en torno de una mesa que no olvida sus orígenes, que respeta y venera a sus muertos que, aunque lejos y en un cementerio de provincia, apartan el lugar donde el alma descansará en su propio espacio, en su propio paisaje, al lado de la gente que le es propia.
Recuerdo con placer mi primera visita a Magdalena Jaltepec y la amabilidad con que fui recibido durante las fiestas de Semana mayor. Aquella experiencia de recibir alimento sin la menor pregunta. Fue sorprendente testificar que en ese estado, en ese lugar de México, la gente era feliz con el placer de dar, de compartir, de venerar al ser supremo que nos dio fuerza para trabajar con decisión y reunir lo necesario para cumplir con el compromiso de la mayordomía.
Pero no todo era “gorra” y “agandalle” —como se diría por estos territorios—: durante varios días recorrimos las diversas mayordomías y aprendí que se trataba de un acto de reciprocidad, pues la solidaridad asomaba de igual forma, apoyando al mayordomo ya fuera con rejas de refrescos, canastos llenos de tortillas, arrobas de pan, cartones de cerveza…
Aún tengo presente aquel placer de compartir el pan y la sal con una especie de personas de costumbres diferentes, casas sin bardas ni alarmas, duelo sagrado durante el luto religioso, fiesta grandiosa, desbordante, cuando es el momento y se tiene la oportunidad y el medio.
Hoy, escucho con atención y arrobo las leyendas, los cuentos, las fábulas y las historias que cuenta Mamá Lola —mi suegra— y llevo mi memoria hasta el mogote de Nana Luisa, hasta el Sabino; me escabullo de la Bandolera, aquel espíritu que engañaba a los hombres infieles o enamoradizos; disfruto los cuentos tiernamente absurdos del tío Pedro, como aquel donde la calabaza gigantesca se parte en dos para dar a luz a cuatro marranos pequeños y rollizos; miro las fotos históricas de mis suegros y sus rostros y su traslado a la ciudad capital en busca de mejores condiciones de vida, y miro a mis cuñados y cuñadas convertirse en hombres y mujeres al lado de quien es hoy mi esposa, y los miro adaptarse al humo y al concreto. Los miro desprenderse un poco del verdor de aquellos territorios donde eran dueños y señores del tiempo y del espacio.
Escucho a Mamá Lola platicar de sus borregos, de sus chivos, de sus gallinas y sus caballos, de su primera casa y del pedimento de su mano, y de la vida conjunta que iniciaba con mi suegro Octavio. Entonces se entristece y me habla de sus dos pequeñas que no pudieron seguir en esta vida y de la tumba que con tanto cuidado no olvida y mantiene cada que puede darse su vuelta al pueblo. Escucho atento acerca de la abuelita Nieves y del abuelito Agustín y de su participación en la lucha por los linderos del pueblo. Y hay historias de gallos y conejos de oro y del cuidado que se debe tener con el aire que es capaz de llevarse a un recién nacido sin que los padres se den cuenta.
Y en mi tarea de padre retomo lo aprendido en mi infancia y lo aprendido de mi familia adoptiva, y participo de los parabienes, y gustoso me apunto en la gueza para festejar navidades y años nuevos con mi familia, apropiándome de una raíz que ya es mía, que ya es mexiquense-oaxaqueña. Y los niños participan hablando ante los demás, exponiendo sus sentimientos con la firmeza y los principios heredados por sus ancestros de la tierra del sol. Entonces el mezcal es más que lágrimas y más que abrazos, más que dolores y tristezas, es sangre ardiente que sólo un hombre íntegro controla en su cerebro.
Entonces, amigos, después de esto, quién se atrevería a negar que el próximo presidente de EEUU será oaxaqueño. Quién se atrevería…

1 comentario:

Unknown dijo...

Aunque yo nací en la Ciudad de México mis raíces y corazón son Oaxaqueños, especialmente de Jaltepec, es emotivo que las personas que han conocido la gente, las costumbres, los lugares, la comida, la música; se sientan acogidas y parte de este lugar que con su magia converse y envuelve al corazón de ya no apartar sus pensamientos y sentimientos del colorido de sus danza, sus sonrisas, sus voces, sus pasos, relatos y muchos más matices que se impregna en la piel. Si el próximo Presidente de EEUU es Oaxaqueño, por lo menos lo será de corazón.

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México, Estado de México, Mexico
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