miércoles, septiembre 29, 2010

La propiedad privada y el amor


Mis cuatro películas de esta semana

Por Ricardo Medrano Torres

Conocí a mi padre un 30 de abril de 2007. Transcurrieron 32 años para volver a vernos. Curiosamente, el escritor Albert Camus tenía más de cuarenta años cuando lloraba sobre la tumba de su padre, un soldado muerto a los 19 de edad —así lo narra en su libro La caída (La chute,1956).
Actualmente, mi padre y yo tenemos mínima comunicación telefónica; aunque hemos sostenido un par de encuentros acordados y la plática ha girado en torno a la vida de dos hombres tan dispares como independientes uno del otro.
El escritor Emiliano Pérez Cruz señala que de poco sirven los padres para una verdadera educación de los hijos. Asociar la idea de propiedad privada a la crianza de un hijo e idealizar una supuesta admiración de los hijos a los padres puede, en ciertos casos como el mío, carecer de fundamento. La ausencia de él me dio la posibilidad de ser quien soy, y así estoy a gusto.
En estos momentos, creo carecer de la necesidad de llamar a alguien padre o de que alguien me llame hijo, pues ha transcurrido bastante tiempo para intentar apropiarnos de la otra persona por convencionalismos que sólo nos llevarían a negar nuestra propia individualidad.
La negación de la individualidad del otro me llevó a negarme sistemáticamente a acercarme a mi padre. Todos esos años él fue una imagen permanente en mis actos, y en cada uno de ellos fui desechándolo porque las condiciones así lo requerían. Había que echar mano de las herramientas y apoyos que se tenían y él fue borrado —también sistemáticamente— de mis asuntos.
A pesar de ello, alguna vez me pregunté cómo sería mi padre físicamente, si sería parecido a mí, si tendría mi carácter, si compartía mis aficiones o si era un padre como el de Even Benestad (Grimstad, Noruega, 1974), quien en su cinta Todo sobre mi padre (Alt om min far, 2002) aborda, a la manera de un documento testimonial, con afecto, ironía y humor la relación con su padre, el doctor Even Benestad que gusta de transformarse en Esther Pirelli, ponerse ropa de mujer, maquillarse, colocarse los rellenos pectorales y salir a la calle a bordo de su convertible acompañado de su esposa (madrastra del director); esta última, respetuosa del gusto de Even por transformarse. Es decir, respetuosa de su individualidad.

Esto del apropiamiento, trasladado al amor de pareja, se ilustra eficientemente en dos cintas del director japonés Nagisa Oshima (1932, Kyoto, Japón): El imperio de los sentidos (Ai no corrida, 1976) y El imperio de la pasión (Ai no borei 1978); en la primera se muestran las obsesiones sexuales de una pareja que culminan con el cercenamiento del pene al amasio. La segunda está basada en un crimen cometido por una pareja de amantes en contra del marido para llevar a efecto esa necesidad de pertenecerse sin obstáculos.
En otra cinta, Time (2006), el director surcoreano Kim Ki-Duk (1960), muestra la obsesión de una mujer por alcanzar el supuesto ideal de belleza del compañero, lo que la lleva a transformarse físicamente mediante una cirugía de rostro, convirtiéndola en un ser distinto al que él conoció y del cual se enamoró, arrastrando a la pareja a un desenlace trágico a partir de la negación de la individualidad de la otra parte.
Para finalizar, hay que mencionar que Camus iba a la tumba de un padre que siempre sería joven —dadas las circunstancias de su muerte a esa edad—. Mi padre resucitó 32 años después y a estas alturas las pláticas de reconocimiento pueden resultar insustanciales. No compartimos una raíz, no hablamos el mismo lenguaje de intereses. Es difícil que resurja entre nosotros el sentido de pertenencia padre-hijo.
Cuando platicamos, otorgo pleno respeto a su individualidad al no cuestionarle su vida personal. Sin tragedias ni cirugías para transformarnos el rostro, cada quien vive su individualidad. Trágico el sentido de pertenencia. Tal vez haya mucho de razón en aquello de la poca necesidad de tener un padre a la mano: hubiera ocupado mi tiempo pensando en el guión de una película para descifrar los rostros de un padre como Esther Pirelli o Even Benestad —como se prefiera.

Foto: dianayjade.com

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